Córdoba y Granada
Me había despertado temprano en el departamento de Emilio y pensé por unos minutos que hacer. Sentí que no tenía ganas de viajar a Córdoba y que iba a extrañar Triana.
Pero ya tenía mi boleto de viaje en mano y Antonio me esperaba allí para mostrarme la Mezquita. Me levanté rápido, me di una ducha y trate de que mis tobillos no hicieran demasiado ruido al caminar por los pasillos del departamento así no molestaba a los que seguían durmiendo. La noche anterior había regresado desde Italia el "Americano" (Daniel? Damian? José? Soy pésimo con los nombres) un chico de 20 años que está de intercambio en el departamento de mi amigo y nos pusimos a charlar un poco: él en su español atravesado y yo en mi inglés de mierda. Una maravilla todo. Más tarde llegarían Luis - el sobrino de Emilio - y su chica y sentí que estaba ante un argentino que hacía 6 años vivía en España: su forma de hablar no era española-española y le alegro mucho que le dijera eso.
Segunda pregunta de Luis fue: "y que piensas de los Españoles y la s conquistas a Latinoamérica y todo eso? Eres de los que lo ven mal o piensas de otra manera?" Listo. Directo al punto. Inmediatamente me cayó bien y pude saber que conectaríamos inmediatamente. Le di mi opinión al respecto (que es la misma que puedo dar adentro o fuera de mi país) y pasamos largo tiempo charlando y debatiendo al respecto de las opiniones que generan hechos que pasaron más de 500 años atrás. Bien resumido por mi amigo Emilio al agregar: "No se puede juzgar el pasado con la mirada y pensamiento del presente" opino exactamente igual.
La última cena en Triana fue demasiado amena, los 5 disfrutamos de la comida, bebimos, nos reímos, hablamos de corrupción, hicimos comparaciones, nos volvimos a reír y por último disfrute de verlos comer alfajores y havanettes (conitos de dulce de leche) Havanna al punto que me tuve que reír de sus caras al probarlos. Claro, para nosotros es costumbre, pero para ellos es desconocido y era un manjar. Es lindo ver disfrutar a los demás con lo que hacemos, a ella les pasa lo mismo cuando uno prueba una comida típica y exclama: pordiosquebuenoqueestaestolaputamadre! (Así todo junto sin soplar ni respirar)
Nos despedimos y prepare mis cosas para el viaje que tendría el día siguiente. Tomar un colectivo de línea (el 21) hacia la estación de trenes. Y subir al tren.
Me dió algo de nostalgia despedirme de mi amigo y lo trate de hacer rápido. Creo que nos quedaron un par de días más para seguir charlando y hablar más de nuestras vidas: 15 años aproximadamente de conocernos vía internet para recién vernos por primera vez este 2017. Poco sabíamos pero mucho disfrutamos de conocernos en persona y darnos el abrazo que nos debíamos hace tiempo. Me alegré - cómo se lo dije en varias oportunidades - de que se haya frustrado la visita en el 2014. No lo hubiese disfrutado como lo disfruté esta vez, y como diría mi Madre: "por algo fue Lisandro, por algo fue"
Viajar hacia Córdoba fue un recordatorio de los paisajes de mi Córdoba . Sierras y campos sembrados. Quizás con sutiles diferencias pero las similitudes le ganan. Antes de llegar a la estación de trenes (faltaban 4 minutos en un tren de alta velocidad) un ponja se paró en el pasillo y pregunto en inglés si debía presionar el botón verde para que le habrán la puerta y bajar. Había algunos pasajeros antes que yo y cerca de el y le hacían seña que no. El tren había aminorado la marcha. Al ponja (o chino) se lo notaba intranquilo y decidí pararme para hablar con el. Le expliqué que debía esperar a que el tren llegara a la estación y le pregunté si viajaba a Córdoba. Afirmó sonriente y le dije que yo también. A eso, otro tren de alta velocidad pasa a los pedos por al lado y pensé que si el ponja lograba bajar (en medio de la nada) lo iban a levantar como "sorete en pala" tal como decimos los cordobeses. Cuando llegamos a la estación fue el primero en bajar se dio vuelta y me dio las gracias cómo 3 veces en inglés sonriendo. Llevaba solo una mochila.
Antonio llegó minutos después y nos dimos el abrazo de bienvenida y fuimos hacia el auto a dejar mi bolso. Decidí ir con la mochila para seguir acostumbrándomea ella y su peso. Poca batería en la cámara y la Mezquita por delante.
Córdoba no era Sevilla. Menos Triana. Era algo más moderna y ya me encontraba con calles más anchas, edificios y movimiento de "ciudad" como las que conocemos nosotros. Caminamos y nos dirigimos hacia la Mezquita a la que entramos y quedé nuevamente asombrado de la perfecta combinación ente el arte islamico y Cristiano en su construcción. Los moros (creo) tenían un exquisito gusto por la arquitectura y los espacios abiertos. En el caso de la Mezquita de Córdoba, cientos de columnas sosteniendo un techo para un lugar de adoración. Arcos. Grabados. Pisos gastados del paso del tiempo. La frescura interna relajándote contra el calor agobiante en el exterior te invitaban a sentarte en el piso y simplemente contemplar.
Al llegar a la bóveda del altar Cristiano simplemente caí en el piso y quede con la cabeza mirando al cielo: cómo carajo hicieron todo eso? Antonio llegó después de varios minutos y le hice seña de que se sentará en el piso a mi lado a contemplar. Se rió y me dijo en acento español: "Perotutasloco?" A lo que insistí y accedió: "Alguna vez de todas las que has venido habías tenido este punto de vista?" Pregunté. "Jamás" respondió. Le dije que estamos acostumbrados a simplemente mirar y en la misma altura que creemos que debemos hacerlo, pero si cambiamos nuestra posición todo lo que vemos cambia. Y me respondió que estaba viendo detalles que jamás había notado.
"Claro" pensé para mis adentros.
"Lo mínimo, mínimo que deberían hacer todos los pisan este lugar es contemplarlo en silencio" agregué. - Querrás decir lo máximo. Me respondió. - No, lo mínimo. Eso sería lo mínimo que deberíamos hacer para estos lugares que no fueron diseñados para que cientos de turistas pasen y pasen sin ver. Estos lugares fueron construidos para la contemplación.
Entendió mi punto de vista y nos quedamos por varios minutos ahí en el piso frío de la Mezquita mirando los grabados y esculturas en mármol blanco de la bóveda cercana al altar. Podría haber estado horas ahí.
Salimos y yo estaba en un estado de relajación total. Cómo si hubiese realizado dos horas de meditación profunda: el silencio en esos lugares sagrados y tan cargados de energía puede pegarse a tu cuerpo y dejarte simplemente flotando en el aire. Largá la cámara, aminorá el paso, no hables, y anula tus oídos incluso. Observá. Sentí el espacio y pensá porqué estás ahí. Rendí un culto a quienes estuvieron antes que tí y agradece tener la posibilidad de pisar esos lugares. Cientos de años de historia te están mirando a tí, y se sienten felices de que les devuelvas la mirada de adoración.
Salimos y nos fuimos a caminar por las Juderías Cordobesas: mucho más grandes que las de Sevilla. Casas blancas por doquier pero sin tanto "adorno" (como lo llamó Antonio) en sus paredes y balcones: muy pocas casas con macetas de malvones y geranios. Cada una tiene su estilo y personalidad (me refiero a las de Sevilla y las de Cordoba) y yo sé cuáles son mis favoritas. Ambas, hermosas.
Decidimos almorzar en un bar típico de Cordoba y después de charlar por largo rato nos volvimos en busca del auto para emprender el viaje hasta el pueblo natal de Antonio a pocos kilómetros. El paisaje bellísimo. Campos sembrados de Olivos, de trigo, en constante movimiento en hermosas lomas que invitaban a no dejar de mirarlas y cada tanto, allá un casa blanca de dos plantas con algunos árboles haciendo sombra a su lado. Bello. De pintura. Así todo el viaje. Por allá un puente altísimo cruzando un valle y autos que lo cruzaban en la dirección contraria. Todo invitaba a relajarse.
Bellísimo. De verdad.
Al otro día viajaríamos a Granada. Tristeza grande la mía fue encontrarme sin entradas para visitar la Alhambra: con mucho tiempo de anticipación por internet hay que comprarlas. Igual, Granada sería visitada.
Llegamos y supe en el mismo instante que la pisé que me encantaría también (no tanto como ya saben que ciudad...). Grande. Avenidas. Pero con historia. Mucho movimiento. Y edificios antiguos por todos lados. Bares. Negocios de comidas. Detalles visuales para disfrutar y una energía que se podía sentir en las veredas.
Decidimos ir caminando hasta el Mirador de San Nicolás desde donde se podría ver la Alhambra en toda su magnitud. Veredas de piedrasen subida por callecitas muy angostas entre casas de paredes blancas en un zigzag interminable para llegar al famoso mirador. Valía la pena. Antes entramos al patio de una típica casa de Granada que simplemente era una delicia: malvones, rosas, pisos de cerámica roja, paredes blancas y tejas en el techo. Ventanas pequeñas para proteger del calor externo interiores que invitaban a sentarse y quedarse ahí por horas. ¿Se podría ser feliz en un lugar así? Sin dudas. Allá al frente, la Alhambra y detrás de ella Sierra Nevada con sus picos blancos eran un marco de postal.
El sultán que decidió construir semejante palacio sobre el pico más alto del Valle no fue tonto al acercó con semejante entorno: desde ahí podía observar cualquier intento de invasión y disfrutar de la vista maravillosa de una sierra que lo protegía y rodeaba. Granada era sin dudas impresionante.
Solo teníamos pocas horas para estar y disfrutar de esta ciudad porque debíamos volver. Decidimos bajar tomando un pequeño bus que apenas pasaba sin tocar las paredes de las casas que bordeaban la calle sin veredas. Nos bajamos cerca de la Catedral y decidí no pagar un euro más por la Fe. La Esperanza de Triana me iba a perdonar.
Caminamos y decidimos sentarnos en un bar "El Cepillo" a metros nomas de ese punto de interés, y nos armaron una mesa afuera con muchísimas más personas que disfrutaban de su almuerzo. El día no podía ser mejor.
El menú consistía en Entrada, Plato Principal, postre y bebida. La entrada podían ser desde spaghettis con salsa pasando por pescados hasta potajes variados. De entrada no tenían nada: era un plato en sí. Me decidí por el potaje variado y Antonio por huevos fritos con papas. El potaje era un exquisitez: verduras frescas en una especie de sopa espesa con garbanzos y una rodaja de morcilla flotando. Si, morcilla, leyeron bien. Menos esto, lo demás me lo devoré. Pasa que la morcilla para nosotros es para comerla de otra manera, y media hervida no parecía Santo de mi devoción. Ahora que lo pienso "debería" haber hecho el intento, pero tenía miedo que termine largando todo ahí mismo delante de la vista de todos.
Plato principal: albóndigas con salsa y papas fritas. Terribles de buenas.
Y para tomar quise probar el famoso "Vino de Verano" de la zona: un tinto con rodajas de limón y rebajado con gaseosa de limón. El mozo también ofreció Sangría. Ante mi cara de duda me explicó la diferencia entre el Vino de Verano y la Sangría y no me hizo dudarlo: esta última zumo de duraznos, algunos trozos de frutas y un "poquillo" de canela ganaron por goleada. Trajo los dos vasos y deseé tener una jarra. Quecosamáricapordió!
De postre: Natilla.
La temperatura estaba increíble e invitaba a seguir ahí por horas, simplemente disfrutando el no hacer nada.
Decidimos volver, Antonio tenía que hacer algunas cosas así que emprendimos vuelta. Pasamos por el puente que horas antes habíamos visto desde lejos y la vista no fue menos espectacular.
Ya debía pensar en Valencia y seguir el viaje. El día iba terminando. Sin éxito en conseguir pasajes de tren, me conformé pensando que los más de 500 kms serían la excusa para escribir y pensar más. O menos. Después de todo, el verle el lado positivo no depende del medio en el que estamos sino de cómo decidimos verlo.
..."Que el equipaje no lastre tus alas, que el calendario no venga con prisa"... canta Chavela Vargas una canción de Sabina en mis oídos.. que nada te pese y que no tengas apuro por encontrar lo que unías aún no sabes lo que estás buscando.
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